El estado con el culo al aire
El
Estado somos todos, reza en alguna parte. Créanme que a veces me cuesta
asimilar este principio, lo mismo me pasa con Hacienda. Nuestros dirigentes
cada día más conocen mejor el arte de la política, son profesionales de ella y
la convierten en su modus vivendi,
olvidándose de lo vocacional que debiera ser este oficio; el fin último para el
que nació, el servicio a los demás, ya no es una conditio sine qua non.
Los ciudadanos asistimos atónitos al triste
espectáculo de ver como unos gobiernan
para unos pocos y que los que tienen la función fiscalizadora se dedican a
poner palos en las ruedas. Unos ocultan información, otros la tergiversan, en
definitiva, falta de honestidad.
En
las campañas electorales se nos promete el oro y el moro, y, después, donde dije digo, digo Diego.
El
ciudadano toma nota en cada plebiscito, pero mientras tanto ¿cómo se pueden
pedir responsabilidades ante tanto engaño? ¿cómo argumentar normas que regulen
y sancionen a los defraudares? Difícil cuestión. Las mociones de censura son
inútiles cuando se está en minoría, pero el fraude está ahí.
Los
programas que nos ofrecen nuestros políticos son a menudo una carta a los Reyes
Magos, con la diferencia de las de nuestros pequeños están llenas de ternura e
ilusión, las de aquellos, de promesas que saben que nunca van a cumplir. El
titular de un semanario podría decir “El día que la crisis desnudó al estado” o
más bien “El estado con el culo al aire”.
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